Las llamas estallaron en Yom HaZikaron (Día del Recuerdo), como si la propia tierra llorara a nuestros héroes caídos. La querida tradición de mi familia de repartir magdalenas a los soldados en Latrun, el Museo y Sitio Conmemorativo del Cuerpo Blindado, se canceló abruptamente cuando el propio sitio conmemorativo quedó envuelto en llamas. Unos días más tarde, mientras conducía hacia el trabajo pasando por la tierra quemada, las rutas de senderismo, las flores silvestres, fui testigo de las secuelas: casi 2.000 hectáreas de tierra ennegrecida, el aire todavía espeso de ceniza. El acre olor a quemado persistía mientras pasaba por zonas donde, pocos días antes, en la autopista Tel Aviv-Jerusalén, los conductores habían abandonado sus vehículos, caminando bajo un calor infernal hasta ponerse a salvo.
Sin embargo, en medio de esta destrucción, observé algo inesperado. Las banderas israelíes, esos símbolos azules y blancos de nuestra nacionalidad, ondeaban aún desafiantes contra el paisaje ennegrecido. No se habían quemado. Permanecían.
¿Qué mensaje envía HaShem (Dios) cuando los incendios arrasan Tierra Santa en vísperas de Yom Ha’atzmaut (Día de la Independencia), justo cuando terminamos de recordar a quienes dieron su vida por nuestra patria?
La Torá habla directamente de esta yuxtaposición de destrucción y resistencia. Cuando Moisés se encontró con la zarza ardiente en el desierto, fue testigo de algo que desafiaba la ley natural:
La s’neh (zarza) ardió, pero no se destruyó. Este milagro se convirtió en la base para que Moisés comprendiera que Dios liberaría a Israel de la opresión de Egipto. La zarza simbolizaba al propio Israel, una nación que perduraría a pesar de las llamas de la persecución y el odio que la envolverían a lo largo de la historia.
Dando un paso más, la zarza ardiente representa la misión eterna de Israel: ser una luz para las naciones mientras existe en condiciones aparentemente imposibles. El fuego no representa únicamente la destrucción, sino la presencia divina que sostiene en lugar de consumir.
La historia moderna de Israel encarna esta paradoja. Nuestra pequeña nación se ha enfrentado a amenazas existenciales desde su renacimiento en 1948. Desde la Guerra de la Independencia hasta las amenazas actuales de Irán, Hamás y Hezbolá, Israel ha estado rodeado por quienes desean verlo destruido. Al igual que la zarza ardiente, la lógica sugeriría que Israel debería haberse consumido hace mucho tiempo.
Sin embargo, aquí estamos.
Este Yom HaZikaron, mientras los incendios reales asolaban nuestra tierra, no pude evitar ver la metáfora. Los incendios nos pusieron a prueba, pero no nos consumieron, no pudieron consumirnos. Nuestra esperanza permanece od lo avdah tikvateinu (nuestra esperanza aún no se ha perdido), como declara nuestro himno nacional HaTikvah.
En el libro de Isaías, HaShem promete:
No se trata de una mera floritura poética. Es la realidad vivida de Israel. Hemos atravesado el fuego real -y el fuego metafórico-, pero seguimos sin quemarnos en nuestro carácter y propósito esenciales.
El Talmud nos enseña que a los sabios de la Torá se les compara con el fuego porque, como el fuego, la Torá transforma todo lo que toca. El fuego cambia la naturaleza de lo que encuentra. Los fuegos de Israel -tanto literales como figurados- también nos transforman a nosotros. Nos refinan. Refuerzan nuestra determinación. Nos recuerdan que nuestra existencia desafía la ley natural.
De pie, a sólo diez minutos de donde ardían las llamas, viendo el humo ondear en el cielo, me asaltó esta verdad: la existencia de Israel no es natural; es sobrenatural. Ningún otro pueblo antiguo ha regresado a su patria tras 2.000 años de exilio para revivir su lengua, reconstruir su país y restaurar su soberanía contra viento y marea, contra Irán, Hamás, Hezbolá y un mundo cada vez más hostil a la verdad bíblica.
Los fuegos pueden arder, pero Israel perdura. Nuestros enemigos pueden enfurecerse, pero las promesas de Dios se mantienen firmes. Somos el s’neh que arde sin consumirse.
Una querida canción israelí capta esta verdad con una claridad punzante:«Ein li eretz acheret, gam im admati bo’eret» – «No tengo otro país, aunque mi tierra esté en llamas». La letra continúa:«Beguf ko’ev, belev ra’ev, kan hu beiti» – «Con el cuerpo dolorido, con el corazón hambriento, aquí está mi hogar». Esto no es mero patriotismo; es el destino bíblico expresado a través de la poesía hebrea moderna.
Se nos dijo que esto ocurriría. Y se nos dijo cómo sobrevivir a ello: viendo la luz en la oscuridad. Entrenando nuestros ojos para reconocer que este dolor, esta confusión, este aparente caos no es el final. Es el preludio de la redención.
Mientras pasamos de la solemnidad de Yom HaZikaron a la celebración de Yom Ha’atzmaut -y miramos hacia el futuro-, debemos convertirnos en el fuego que arde para siempre. El mismo fuego que amenaza con destruir revela nuestra naturaleza indestructible. Nuestras banderas siguen ondeando. Nuestro pueblo sigue en pie. Y a diferencia de los incendios físicos que consumieron nuestra tierra, nuestra esperanza permanece eternamente inflamable.
Éste es nuestro momento para ser una luz para Israel, no sólo con palabras, sino con vidas arraigadas en la verdad bíblica.
En Israel365 hemos lanzado nuestra campaña anual con una profunda misión: Ser una luz para Israel. Como declaró Isaías: «Levántate, resplandece, porque ha llegado tu luz, y la gloria de Yahveh se eleva sobre ti». (Isaías 60:1)
Ahora más que nunca, en estos tiempos difíciles, Israel necesita que tu luz brille intensamente. Cuando apoyas este movimiento histórico de redención, no sólo das: te conviertes en parte de la profecía cumplida.
Únete a nuestro Muro de Luz y observa cómo se multiplica tu impacto. Tu donativo de hoy no sólo apoya a Israel, sino que declara que, cuando la oscuridad amenazaba, tú trajiste la luz de Dios en su hora más crítica.
Sé la Luz. Encuentra la Bendición.