Todos los años, el 4 de julio me sorprende.
Desde que hice aliá (me mudé a Israel) hace cuatro años, me sorprendo cuando llega este día. Aquí no se anuncian fuegos artificiales, no hay rebajas en las tiendas, no hay día libre en el trabajo. Por supuesto, tiene sentido. El Día de la Independencia de Estados Unidos no es una fiesta nacional en Israel. Pero incluso sin las bengalas y las magdalenas rojas, blancas y azules, siento un tirón de nostalgia.
Crecí con la libertad. No como una palabra abstracta, sino como una realidad vivida. Tuve la libertad de rezar, de hablar, de aprender y de vivir con dignidad. Y aunque me siento tremendamente bendecida por vivir en otro país libre, nunca doy por sentadas las bendiciones con las que crecí como estadounidense. Así que esta semana haré una pausa. Sin banderas. Sin petardos. Sólo un momento de gratitud al Dios que concede la verdadera libertad. Una forma de aprovechar esa gratitud es releer la Declaración de Independencia. Al repasarla, me di cuenta de algo que no había visto del todo antes: muchas de sus ideas centrales proceden directamente de la Biblia. No eran ideas nuevas en 1776. Ya estaban escritas en la Torá. He aquí seis verdades bíblicas que aparecen en el documento fundacional de América.
1. B’tzelem Elokim: Todas las personas han sido creadas iguales
La Declaración comienza con la afirmación de que todos los hombres han sido creados iguales. Esa idea no la inventó Thomas Jefferson. Fue enunciada por primera vez en el Libro del Génesis. Todo ser humano es creado b’tzelem Elokim, a imagen de Dios. Nuestra dignidad no procede del estatus, el dinero o la clase social. Está incorporada a lo que somos. Y es sagrada.
2. Los derechos vienen de Dios, no del gobierno
La Declaración dice que todos estamos «dotados por su Creador de ciertos Derechos inalienables». La Biblia lo dice primero. Dios crea la vida y, por eso, ningún gobierno tiene derecho a despojar a una persona de su libertad básica. Desde el principio, los seres humanos son creados por Dios. Eso significa que nuestros derechos no nos los dan los políticos. Están incorporados a la propia creación.
3. El consentimiento de los gobernados es un modelo bíblico
La Declaración insiste en que los gobiernos obtienen su poder del consentimiento de los gobernados. La Torá también lo enseña. Moisés no dirigió solo. Cuando la carga se hizo demasiado grande, su suegro le dijo que diera poder a otros, y el pueblo ayudó a elegir a sus líderes. Estos líderes no nacieron para el cargo. Fueron elegidos por su carácter. El poder conlleva responsabilidad. El liderazgo conlleva responsabilidad.
4. El liderazgo debe servir con rectitud
La Declaración afirma que los gobiernos existen para proteger la vida y la libertad. Cuando no lo hacen, el pueblo puede pedir un cambio. La Biblia enseña una idea similar, pero con una diferencia crítica. En las Escrituras, el cambio no lo dirigen las turbas. Lo dirige Dios.
Cuando los israelitas sufrían en Egipto, fue Dios quien vio su dolor y actuó. No fue una revuelta. Fue una misión divina de rescate.
La Biblia impone un alto nivel a los dirigentes. Son responsables ante Dios. Y cuando el liderazgo se vuelve cruel o corrupto, la respuesta no es la rebelión, sino el retorno a la justicia de Dios, a la ley de Dios y a la voluntad de Dios para una sociedad moral.
5. Buscar reparación es una orden, no una queja
La Declaración incluye una larga lista de agravios, pero no son sólo quejas. En la Biblia, defender a los demás es un deber moral básico. Tzedek -justicia- es un valor central de la Torá. No debemos permanecer callados cuando se maltrata a alguien. Debemos alzar la voz, defender a los vulnerables y actuar cuando podamos para restablecer la justicia y la dignidad.
6. La libertad es una vocación sagrada
El llamamiento a la libertad de la Declaración no comenzó en Filadelfia. Comenzó en el Sinaí. En la Torá, la libertad no es un eslogan político. Es un mandato de Dios. El versículo anterior -inscrito en la Campana de la Libertad- se pronunció originalmente en el contexto del yovel, el año del Jubileo. Cada cincuenta años, se liberaba a los esclavos, se cancelaban las deudas y se devolvían las tierras. El mensaje era claro: ningún ser humano debe ser atrapado o poseído permanentemente. Toda persona es, en última instancia, de Dios.
La libertad bíblica no consiste en hacer lo que nos dé la gana. Se trata de vivir como personas que responden ante algo superior. La Torá nos enseña que la libertad es sagrada, no porque nos haga sentir bien, sino porque alinea nuestras vidas con la justicia, la dignidad y el propósito divino.
Conclusión: Dos naciones, un legado compartido
En la actualidad, tanto Estados Unidos como Israel se basan en la creencia de que la libertad es importante. Uno es la mayor democracia del mundo. La otra es la única democracia de Oriente Próximo. Ambas se basan en la idea de que los gobiernos deben servir a su pueblo y honrar a su Creador.
Según el ex gobernador Mike Huckabee, casi 70.000 estadounidenses viven ahora en Israel. Es la mayor comunidad de expatriados estadounidenses del mundo. Esa cifra dice algo. Significa que los estadounidenses ven a Israel no sólo como un aliado, sino como un lugar donde perviven valores compartidos.
Así que este año, incluso sin los fuegos artificiales, celebraré ambas naciones. Rezaré una oración por la libertad, la justicia y la paz. Y recordaré que antes de que se firmara la Declaración de Independencia, la Torá ya había hablado. La libertad no es una idea nueva. Es una idea bíblica.