Cualquier buen lacrimógeno puede conmovernos hasta las lágrimas. Una historia conmovedora, ver llorar a otra persona o incluso un anuncio bien elaborado pueden hacer que se nos llenen los ojos de lágrimas y se nos haga un nudo en la garganta. El neurocientífico Paul Zak quería saber por qué. En su investigación, descubrió que cuando vemos narraciones emocionalmente atractivas, sobre todo historias con tensión dramática y clímax, nuestros cerebros liberan oxitocina, el mismo neuroquímico que une a las madres con los bebés y crea confianza entre extraños. ¿El hallazgo más sorprendente? Cuando la gente veía un vídeo de un padre hablando de su hijo moribundo, sus cerebros reaccionaban como si ellos mismos fueran personajes de la historia. No se limitaron a observar el dolor, sino que lo sintieron.
La parashá de esta semana nos ofrece uno de los momentos emocionalmente más explosivos de toda la Escritura: José revelándose a sus hermanos. La Torá nos dice algo extraordinario:
José gritó tan fuerte que todo Egipto le oyó. ¿Por qué el texto hace hincapié en esto? ¿Y por qué José, que ha llorado muchas veces a lo largo del relato, llora de repente tan fuerte en este momento concreto?
José es un tipo emotivo. Cuando sus hermanos llegan por primera vez a Egipto y les oye expresar su culpabilidad, se da la vuelta y llora.
Cuando ve a su hermano pequeño Benjamin, se siente tan abrumado que tiene que salir de la habitación para llorar, lavarse la cara y serenarse.
Estos llantos anteriores eran lágrimas silenciosas sobre la distancia y la separación. José se da la vuelta, sale de la habitación, oculta su emoción porque está representando un papel. Es el virrey egipcio y no puede dejar que le vean derrumbarse.
Pero cuando se revela, todo cambia. Este grito trata de tender puentes, de intentar cerrar la brecha y hacer posible la reconciliación. Las palabras no funcionan. No puede limitarse a decir «Soy vuestro hermano José» y esperar que confíen en él después de veintidós años. Así que José llora. No lágrimas silenciosas. Lágrimas tan fuertes, tan abrumadoras, tan incontenibles que resuenan por todo el palacio.
La investigación de Zak revela lo que Joseph parecía comprender instintivamente: la emoción genuina elude las defensas racionales. Cuando presenciamos una expresión emocional genuina, nuestros circuitos neuronales reflejan esa experiencia. Zak descubrió que cuando las personas veían historias emocionalmente atractivas, sus niveles de oxitocina aumentaban. Sus cuerpos reaccionaban como si los acontecimientos les estuvieran sucediendo a ellos, y los participantes se sentían obligados a ayudar a los demás, incluso a los desconocidos. Cuando los egipcios oyeron llorar a José, unos desconocidos que no sabían nada de su historia, sus cuerpos respondieron automáticamente. Ni siquiera ellos pudieron ignorarlo.
Esto es lo que consiguieron las lágrimas de José. Sus hermanos necesitaban sentir su emoción, no sólo oír sus palabras. Lloró tan fuerte que incluso la intimidad de la reunión se hizo imposible. La Biblia nos lo dice explícitamente «José ya no pudo contenerse». Su cuerpo está respondiendo a veintidós años de separación, y la respuesta escapa a su control consciente. El llanto incontrolable comunicó lo que las palabras nunca podrían: Soy vulnerable. No soy tu enemigo. Soy tu hermano y te busco.
Durante meses, José había puesto a prueba a sus hermanos mediante elaborados planes. Les acusó de ser espías, retuvo a Simeón como rehén, les exigió que llevaran a Benjamín a Egipto. Pero la emoción auténtica, la que no se puede fingir ni fabricar, desencadena una respuesta automática en los testigos. Cuando los hermanos de José le oyeron llorar con aquella intensidad, sus cuerpos liberaron oxitocina, lo quisieran o no. Así es como se produce la reconciliación: a través de la emoción cruda y auténtica que fuerza la conexión a nivel biológico.
Años después, tras la muerte de Jacob, los hermanos se dirigen a José con un mensaje supuestamente de su padre, pidiéndole que les perdone. ¿Y la respuesta de José? Vuelve a llorar
Es el llanto de alguien que se da cuenta de que, a pesar de llevar diecisiete años cuidando de sus hermanos, éstos siguen sin confiar en él. Esto revela algo crucial: las lágrimas crean conexión, pero no borran la historia. La reconciliación profunda requiere tiempo. El fuerte llanto de José cuando se reveló fue necesario para que la reconciliación pudiera siquiera empezar. Sin ese momento de lágrimas incontrolables, la reconciliación no habría sido posible en absoluto.
Lloramos viendo películas. Lloramos viendo a desconocidos reunirse. Estamos programados para la empatía porque estamos hechos para la conexión. José lloró tan fuerte que todo Egipto le oyó. Y en ese momento, reveló algo esencial: nuestras lágrimas son contagiosas, nuestra vulnerabilidad crea conexión y el sonido de la emoción genuina no puede ignorarse porque nuestros cuerpos no nos dejarán ignorarlo.