Hace unas semanas, la plaza del Muro Occidental se llenó de una multitud inusual. No la típica mezcla de turistas y fieles, sino mil pastores, líderes comunitarios y clérigos cristianos de todo Estados Unidos: la mayor delegación cristiana jamás registrada en Israel. Habían venido para algo distinto de las visitas turísticas habituales: visitas en grupo y oportunidades para hacerse fotos.
La visita al lugar más sagrado del judaísmo fue un gesto de solidaridad con el pueblo de Israel. Y en una muestra de apoyo profundamente conmovedora, cada uno llevaba una pequeña nota con el nombre de alguien a quien nunca habían conocido.
El rabino Shmuel Rabinovich, rabino del Muro de las Lamentaciones y de los lugares sagrados, se puso delante de ellos y les explicó lo que este antiguo muro de piedra caliza significa para el pueblo judío. Un punto focal de oración a través de generaciones. Un vestigio del Templo destruido hace dos mil años. El lugar donde los judíos han vertido sus súplicas más desesperadas y sus esperanzas más profundas durante siglos.
Pero aquella noche, las notas que estos cristianos colocaron entre aquellas piedras no eran oraciones para sí mismos. Eran los nombres de los jóvenes masacrados en el festival de música Nova el 7 de octubre, cuando los terroristas de Hamás convirtieron una fiesta de baile al amanecer en un matadero.
Isaías proclamó que la casa de Dios sería «una casa de oración para todos los pueblos». Durante la mayor parte de la historia judía, ese versículo parecía una aspiración en el mejor de los casos, oscuramente irónico en el peor. Los judíos rezaban solos en el Muro, o no rezaban en absoluto porque las potencias extranjeras se lo prohibían. La idea de que mil líderes cristianos rezaran libremente ante el Muro de las Lamentaciones habría parecido imposible a cualquier generación anterior a la nuestra.
Sin embargo, allí estaban. Y en un gesto extraordinario, mil personas se acercaron al Muro, introduciendo cada una una nota con el nombre de una víctima de Nova.
El Muro Occidental ha absorbido el dolor judío durante milenios. Se han colocado notas suplicando la curación, la salvación, la intervención divina en circunstancias imposibles. Pero estos cristianos no estaban colocando notas pidiendo ayuda a Dios para sus propias luchas. Estaban llevando el dolor judío al Muro. Estaban diciendo a estos jóvenes asesinados y a sus familias: Os recordamos por vuestro nombre.
Esto es diferente de las típicas expresiones de solidaridad, por sinceras que sean. Una cosa es hacer declaraciones de apoyo, ondear banderas israelíes en mítines y condenar el terrorismo en discursos. Otra cosa muy distinta es aprender los nombres de personas que nunca conociste, viajar miles de kilómetros hasta el lugar más sagrado del judaísmo y rezar por las familias de los fallecidos.
El rabino Rabinovich se unió a estos pastores para recitar una oración por la elevación de las almas de las víctimas. Judíos y cristianos juntos en el Muro de las Lamentaciones, rezando por los judíos asesinados mientras celebraban una festividad judía. La escena, que habría sido teológicamente imposible hace unas generaciones, reveló lo que ha cambiado tanto la teología cristiana hacia los judíos como la capacidad judía de aceptar la amistad cristiana sin recelos.
El rabino Rabinovich comprendió lo que estaba presenciando. «Estar aquí ante las piedras del Muro Occidental junto a nuestros fieles amigos de todo el mundo es el cumplimiento de la profecía de Isaías: Mi casa será llamada casa de oración para todos los pueblos», dijo a la delegación.
La profecía habla de gentiles que vendrían a orar a la casa de Dios, y esos mil cristianos que oraban junto al Muro cumplieron esa antigua promesa. Pero lo que eligieron para orar aquella tarde reveló algo más allá de la profecía: una amistad auténtica. «En estos momentos difíciles para el pueblo de Israel, ejemplificáis lo que es la verdadera amistad», continuó el rabino. «Cuando colocáis notas con los nombres de las víctimas del 7 de octubre entre las piedras de este lugar sagrado, compartís nuestro dolor, nuestras oraciones y nuestra esperanza».
También reconoció algo más. «Lo que compartimos entre nosotros es mucho más grande que lo que nos separa», dijo el rabino.
El versículo de Isaías se entiende a menudo como una promesa mesiánica sobre el futuro. Pero aquel jueves por la noche, mientras un millar de cristianos rezaban en el Muro Occidental, el rabino tenía razón: parecía menos una profecía y más un cumplimiento.
Las familias de las víctimas nunca conocerán a la mayoría de estos cristianos. Nunca sabrán qué pastor insertó qué nombre en el Muro en nombre de qué niño asesinado. Pero sabrán que mil líderes cristianos se preocuparon lo suficiente por las vidas judías como para presentarse y rezar por ellas en nuestro lugar más sagrado.
Así es la auténtica amistad entre los pueblos. No discursos. No declaraciones. No expresiones de preocupación cuidadosamente redactadas que consiguen condenar toda violencia sin nombrar a quien la perpetró. La verdadera amistad significa llevar el dolor ajeno como si fuera propio. Significa decir los nombres de los muertos. Significa dar la cara.