Hay un tipo particular de desesperación que se instala cuando se pone el sol en el peor día de tu vida.
La crisis de la mañana ha pasado. La actividad frenética de la tarde -las llamadas telefónicas, las conversaciones difíciles, los intentos desesperados de salvar lo que puedas- se ha agotado. Ahora no queda más remedio que sentarse en la oscuridad creciente y afrontar la realidad de lo que has perdido. El silencio se vuelve ensordecedor. El aislamiento es total. ¿Y mañana? El mañana parece imposible de imaginar.
Éste es el momento en que la fe flaquea. Cuando el optimismo parece una broma cruel. Cuando incluso los más devotos se preguntan si Dios les escucha.
Sin embargo, fue precisamente en ese momento -solo, exiliado, viendo ponerse el sol sobre todo lo que había conocido- cuando Jacob creó algo revolucionario.
Piensa en lo que acababa de ocurrir. Jacob se vio obligado a huir de su patria, dejando atrás el único mundo que había conocido. Sus padres, Isaac y Rebeca, su hogar, el paisaje familiar de su infancia: todo había desaparecido de repente. Al ponerse el sol en su primer día de exilio, se encontró completamente solo en un paraje desolado. No se trataba de un contratiempo temporal ni de un breve momento de dificultad. El rabino Efraín Shlomo de Luntshitz enseña que Iaakov creyó que se marchaba para siempre, convencido de que tendría que construir una vida completamente nueva en una tierra extranjera, partiendo hacia un exilio que duraría toda su vida.
La mayoría de la gente en tales circunstancias se consumiría por la desesperación. En cambio, la Torá nos dice algo extraordinario:
Las palabras hebreas que significan «se encontró con un lugar determinado», vayifga bamakom, significan literalmente: «se encontró con el interior del lugar». En aquel momento de profunda oscuridad, Jacob no sólo vio anochecer. Percibió algo más profundo.
No era un momento ordinario de fe. Jacob estaba creando algo totalmente nuevo: el servicio de oración vespertino, Ma’ariv. Su abuelo Abraham había establecido el Shacharit, la oración de la mañana, cuando el optimismo surge de forma natural y cada amanecer rebosa promesa. Su padre, Isaac, había compuesto Minjá, el servicio de la tarde, adecuado para la sobria determinación del mediodía, cuando superamos los retos para alcanzar nuestros objetivos.
¿Pero la noche? La tarde es cuando la energía se desvanece, cuando la mortalidad nos susurra al oído, cuando los sueños de ayer parecen escapársenos de las manos. La noche es cuando nos damos cuenta de que, a pesar de nuestros esfuerzos, no hemos conseguido todo lo que esperábamos. Anochece cuando la soledad se instala como un peso en el pecho. ¿Quién reza con convicción cuando se cierne la oscuridad? ¿Quién puede encontrar palabras de gratitud cuando el día sólo ha traído pérdidas?
Jacob lo hizo. Y su capacidad para encontrar sentido en la oscuridad más profunda revela algo profundo sobre la naturaleza de la propia historia judía.
¿Ese lugar desolado donde Jacob se detuvo a pasar la noche? Un día se convertiría en el Monte del Templo. Y el Sfat Emet, el gran maestro jasídico, vio en estos tres servicios de oración una plantilla para comprender los tres Templos. El Primer Templo, como la mañana, estaba lleno de promesas y potencial infinito, una época en la que el amor de Dios por Israel era palpable e innegable. El Segundo Templo se asemejaba a la tarde: un periodo de deber y determinación, en el que el pueblo judío se enfrentó a desafíos implacables -el dominio persa, la persecución griega, la ocupación romana-, pero perseveró gracias a su compromiso.
Pero el Tercer Templo, que esperamos, será diferente. Llegará en lo que debería ser la hora más oscura de la historia: tras el exilio más largo, la dispersión más profunda, las circunstancias más duras imaginables. Sin embargo, según la tradición, nunca caerá. Nunca le seguirá otro exilio. Su luz nunca cederá el paso a la oscuridad.
¿Cómo es posible? La respuesta está en el carácter de Iaakov y en lo que descubrió aquella primera noche de su exilio. El Sfat Emet señala que Iaakov encarnaba
Por eso el Tercer Templo extrae su fuerza eterna de Jacob. Al igual que el compromiso de Jacob con la verdad nunca vaciló a pesar de sus circunstancias, el Tercer Templo permanecerá eterno, inmune a las fuerzas que derribaron a sus predecesores. Al igual que Jacob encontró sentido en la oscuridad más profunda de su exilio, la redención final revelará que el propio exilio -con todo su dolor y tragedia- contenía un propósito divino oculto.
El Sfat Emet concluye con una sorprendente predicción: «Los viajes de Jacob le llevaron al Monte del Templo. Nosotros también esperamos que nuestros viajes nos lleven hasta allí». Tras siglos de exilio, cuando por fin regresemos a ese lugar sagrado, descubriremos lo que Jacob supo desde el principio: que «la esencia del exilio es, como la noche, una luz de proporciones sin precedentes».
Pero, ¿qué significa esto para nosotros hoy, cuando rezamos cada noche?
El rabino Pinchas Polonsky ofrece una visión profunda. La oración vespertina de Jacob, explica, representa la verdad de que podemos entrar en contacto con Dios precisamente cuando nos sentimos más solos y vulnerables, «alejados de la vida y de la sociedad». Para Jacob no se trataba de teología abstracta, sino de su realidad vivida. Estando solo en la oscuridad, apartado de todo lo que le era familiar, Jacob descubrió que la noche no es cuando Dios está ausente, sino cuando surge un tipo distinto de presencia divina.
Abraham se relacionaba con Dios como dador de vida, un aspecto que se manifiesta más claramente por la mañana, cuando nos despertamos del sueño; de ahí que estableciera el Shacharit. Isaac estableció Minjá para la tarde, ese momento en que evaluamos todo lo que hemos hecho en el transcurso del día y damos cuenta de nuestros actos.
¿Pero Jacob? Jacob reveló algo revolucionario: que la conexión con Dios no requiere el optimismo de la mañana ni siquiera la energía productiva de la tarde. La oración vespertina que estableció nos muestra que podemos llegar a Dios en la noche, cuando estamos más solos, cuando el logro parece imposible, cuando lo único que nos queda somos nosotros mismos y nuestra fe.
Éste es el regalo que Jacob nos hace. Cuando rezamos
La noche más profunda, nos enseñó Jacob, contiene las semillas del día más luminoso.
Para saber más sobre las ideas del rabino Pinchas Polonsky sobre la Biblia, pide La Torá Universal: Crecimiento y lucha en los cinco libros de Moisés – Génesis, 2ª parte, ¡hoy mismo!