El mes hebreo de Jeshvan llega sin festivales, ni conmemoraciones, ni siquiera un día de ayuno para marcar la tragedia histórica. Los días se acortan, la oscuridad llega antes cada noche y los cielos se abren con las primeras lluvias de la estación. A diferencia de los meses cargados de espiritualidad que lo rodean
Otros asocian la «amargura» de este mes con la muerte de la matriarca Rajel, ocurrida el undécimo día de Jeshván, cuando dio a luz a Benjamín en el camino de Efrat.
La muerte de Raquel introduce una pregunta que golpea el corazón de la supervivencia judía a través del exilio. ¿Por qué murió Raquel al borde del camino, enterrada apresuradamente en la tierra en lugar de ser llevada a la tumba familiar en Hebrón, donde descansan en honor las demás matriarcas?
El profeta Jeremías transmite esta imagen inquietante siglos después de la muerte de Raquel, y su lenguaje se hace eco del mismo nombre que a veces se da al mes en que murió. Mar-Cheshvan-Beshvan amargo. Bekhi tamrurim-Lloro amargo. El mes y la madre comparten la misma palabra, la misma herida, la misma negativa a aceptar consuelo.
¿Qué significa este versículo?
Rashi explica que, cuando los babilonios expulsaron a los judíos de su tierra hacia el exilio, pasaron junto a la tumba de Raquel, y ella salió de su lugar de descanso para gritar y pedir al Cielo en su nombre. A diferencia de los demás patriarcas y matriarcas que descansan juntos en Hebrón, Raquel se queda sola en el camino para interceder por sus hijos en su momento de angustia suprema.
Los Sabios revelan la profundidad del poder de Rajel para pedir por sus hijos en una enseñanza extraordinaria. Cuando los patriarcas y las matriarcas se presentaron ante Dios para suplicar clemencia después de que el malvado rey Manasés colocara un ídolo en el Templo Sagrado, Dios permaneció impasible ante sus súplicas. Entonces entró Raquel y habló: «Amo del Universo, ¿qué misericordia es mayor, la tuya o la de la carne y la sangre? Seguramente la Tuya. He traído a mi rival a mi casa. Todo el trabajo que Jacob realizó para mi padre lo hizo sólo por mí. Cuando llegó el momento de entrar en la cámara nupcial, trajeron a mi hermana en mi lugar. No sólo guardé silencio, sino que le di las señales secretas que Jacob y yo habíamos dispuesto. Tú también -aunque Tus hijos han traído a Tu enemigo a Tu Casa- ¡cállate ante ellos por misericordia!». Dios respondió «Los has defendido bien. Hay recompensa por tu trabajo, por tu rectitud al dar tus señales a tu hermana.»
El sacrificio de Raquel fue total. Renunció a su noche de bodas, a su legítimo lugar como primera esposa de Jacob, y soportó años viendo cómo su hermana daba a luz mientras ella permanecía estéril. Vivió toda su vida como coesposa. Tuvo que compartir, tuvo que esperar, tuvo que tragarse la amargura. Renunció a lo que era suyo por derecho y por amor porque no podía soportar ver cómo avergonzaban a su hermana. Este acto de abnegación se convirtió en el mérito que resonaría a través de todas las generaciones del exilio judío.
Su entierro al borde del camino no fue un accidente ni una tragedia de las circunstancias. Fue la providencia divina. Jacob enterró a Raquel precisamente donde su voz se encontraría con el pueblo judío en su punto más bajo. La Cueva de los Patriarcas de Hebrón era prestigiosa, permanente, pero no estaba en el camino del exilio. Raquel necesitaba que la situaran donde sus hijos pasarían en su momento de mayor desesperación. Su tumba se convirtió en una casa de oración, no a pesar de su ubicación junto a la carretera, sino gracias a ella.
Quizá por eso murió en Jeshván, el mes sin festividades. Cuando el calendario judío rebosa de celebraciones -Rosh
En este espacio de ausencia, la voz de Raquel se hace audible. Mar-Cheshvan -elmes amargo- contiene el bekhi tamrurim, el llanto amargo, de una madre que no deja de llorar por sus hijos. La amargura del mes no es accesoria a la historia de Raquel; es la condición misma que hace posible su defensa. Del mismo modo que su tumba junto al camino la situó geográficamente para interceder por los exiliados, el vacío del calendario de Jeshván nos sitúa espiritualmente para escuchar sus lágrimas y la respuesta de Dios a ellas. Porque el llanto de Raquel no se encuentra con el silencio. Se encuentra con una promesa.
Las lluvias que comienzan en Jeshván encarnan esta promesa. En Jeshván, cuando la lluvia cae sobre la tierra donde Raquel yace enterrada al borde del camino, somos testigos de un profundo paralelismo: tanto la lluvia como las lágrimas llevan oculto un poder generador. En la tradición judía, la lluvia es la bendición, el don divino que despierta las semillas dormidas y hace brotar la vida de una tierra aparentemente estéril. Las primeras lluvias de Jeshván empapan la tierra oscura, desencadenando una transformación que aún no podemos ver. Las lágrimas de Raquel actúan del mismo modo. Lo que parece lamento es en realidad intercesión. Lo que parece un dolor inconsolable es en realidad una defensa incansable que conmueve al mismo Cielo. La respuesta de Dios a su llanto –
Ésta es la paradoja del mes amargo. Jeshván parece vacío, pero encierra la verdad más plena: que el vacío puede ser generativo, que la oscuridad contiene crecimiento oculto, que las lágrimas de una madre tienen el poder de mover el Cielo. La falta de festivales del mes no es ausencia, sino presencia de un tipo diferente: la presencia de una promesa que echa raíces. Cuando nos sentamos con el vacío de Jeshván en lugar de precipitarnos hacia la siguiente celebración, aprendemos lo que sabía Raquel: que las transformaciones más profundas no ocurren en momentos de triunfo visible, sino en el trabajo oculto de las lágrimas que se niegan a detenerse, del amor que no abandona, de las semillas que germinan en la oscuridad.
La promesa que Dios dirige a Raquel resuena en cada Jeshván: «Hay recompensa por tu trabajo… y tus hijos volverán a sus fronteras». No se trata de una esperanza lejana, sino de una certeza arraigada en el mérito de Raquel. Sus lágrimas ya lograron lo que los demás patriarcas y matriarcas no pudieron: movieron a Dios a la misericordia cuando parecía inamovible. Las lluvias de Jeshván preparan la tierra para las cosechas que vendrán. El amargo llanto de Raquel prepara al Cielo para las redenciones que sin duda llegarán. El vacío del mes no es un vacío, sino un vientre, oscuro y oculto, donde se está formando el futuro.