Imagina un hotel de Jerusalén lleno de cientos de israelíes que se preparan para observar juntos el Shabat por primera vez en su vida. Ésa fue la escena de una reciente reunión organizada por Kesher Yehudi, un movimiento social que reúne a judíos de orígenes laicos y religiosos. En 48 horas, se inscribieron 250 israelíes laicos, y los organizadores dijeron que, si el espacio lo hubiera permitido, habrían tenido mil participantes. Ninguna de estas personas había guardado antes el Shabat.
Para muchos participantes, la experiencia del Shabat fue un shock. El viernes por la noche, después de encender las velas del Shabat, Osnat, de Tel Aviv, admitió que le entró el pánico varias veces, pensando que había perdido el móvil, sólo para recordar que estaba a salvo en su habitación. En Shabat, los judíos se abstienen de utilizar teléfonos, ordenadores o cualquier dispositivo electrónico. Para Osnat, era la primera vez en su vida que se separaba completamente de su teléfono durante un periodo prolongado. El sábado por la mañana, describió cómo se despertaba con un profundo y tranquilo aliento de gratitud. Sintió una paz que nunca antes había experimentado, libre de notificaciones, mensajes y del movimiento constante de la vida cotidiana.
El rabino Yisrael Goldwasser, uno de los organizadores del Shabat, dijo que alejarse del hacer constante creaba espacio para la claridad, la reflexión y la presencia. Permitía a la gente experimentar la vida de forma diferente, darse cuenta de su propio corazón y del mundo que les rodeaba de un modo que no podían hacerlo durante la semana.
La intensidad emocional entre los participantes era palpable. Algunos hicieron cambios personales monumentales, como el israelí que vivía en el extranjero y decidió volver a Israel tras años de sentirse alejado de Dios y de su pueblo. Otros hicieron cambios menos perceptibles, encontrando pequeñas formas de introducir el Shabat en sus vidas. El sentimiento compartido era un profundo anhelo: hambre de algo más allá de la supervivencia diaria y el movimiento incesante.
¿Por qué tantos israelíes se sienten repentinamente atraídos por el Shabat, incluso aquellos que nunca antes lo habían observado?
Erich Fromm, psicólogo de origen alemán y autor del libro clásico El arte de amar, sostiene que la sociedad moderna confunde a menudo la actividad constante con la verdadera vitalidad. La mayoría de la gente cree que está «activa» cuando está trabajando, produciendo, consiguiendo o esforzándose por alcanzar algún objetivo. Pero Fromm observó que gran parte de esta actividad es en realidad una forma de pasividad.
Si una persona trabaja sin parar por miedo, soledad, ambición o codicia, no actúa libremente. Sus actos están dictados por presiones y deseos internos. Puede sentirse muy ocupada, pero su alma permanece constreñida. La verdadera actividad, sostenía Fromm, no depende de logros externos. Es el trabajo interior del alma: reflexión, contemplación, presencia y actuación desde un lugar de libertad y no de coacción. Este tipo de actividad puede parecer «pasiva» a los de fuera, pero en realidad es la forma más exigente y auténtica de vivir.
Para los israelíes, esta distinción ha quedado clara en los dos últimos años. La nación se ha visto consumida por una guerra agotadora que exige una actividad constante. Los soldados y reservistas han pasado incontables días en combate, mientras que las familias en el frente doméstico trabajan incansablemente para apoyarles. Las comunidades están inmersas en el «hacer»: proteger, cocinar, organizar, reparar, alertar y defender.
En otras palabras, los israelíes están increíblemente ocupados con el «qué» de la supervivencia judía: con la enorme cantidad de tareas que hay que hacer para proteger a nuestra nación, cuidar de las familias en apuros y mantener la sociedad bajo presión. Sin embargo, esta incesante atención al «qué» está despertando un profundo anhelo del «por qué». ¿Por qué nos odia el mundo? ¿De qué están celosos? ¿Por qué Israel es único? La gente busca un sentido, una perspectiva, el significado que hay detrás de todo. Agotados por la guerra, los israelíes no sólo buscan descanso. Sienten una profunda necesidad de dar un paso atrás, de estar presentes, de respirar y reflexionar.
El Shabbat responde a ese anhelo. La Biblia lo ordena:
El Shabbat no es simplemente un día de descanso. Es un día que reorienta la actividad humana hacia el interior. Seis días se dedican al trabajo externo; el séptimo invita a la reflexión, la conexión y el ejercicio de la libertad del alma. La energía que normalmente se gasta en la supervivencia, el trabajo y los logros se canaliza hacia la reflexión, la conciencia, la gratitud y la presencia.
Durante el Shabat Kesher Yehudi, los participantes sintieron este cambio. Experimentaron calma, concentración y la tranquila alegría de actuar libremente en lugar de verse obligados por las circunstancias. Empezaron a comprender, por primera vez, lo que significa utilizar el tiempo intencionadamente y apartarse del movimiento constante.
Charlie Kirk comprendió este principio a su manera como cristiano. Guiado por su mentor judío Dennis Prager, empezó a honrar el Shabat, alejándose de los teléfonos, las pantallas y el hacer constante. En esas horas, descubrió la claridad, la fuerza y una rara clase de paz. Antes de ser asesinado, terminó
Después de conocer a Charlie en una comida de Shabat en Phoenix hace unos años, me sentí obligada a escribir un libro, desde una perspectiva judía, para ayudar a mis amigos cristianos a aprovechar el poder de este día sagrado. La Revolución del Shabat: Guía práctica para la renovación semanal muestra cómo un día a la semana, dedicado a Dios, a la reflexión y a la actividad interior consciente, puede restaurar el alma, fortalecer los lazos familiares y dar a las personas la claridad y el valor necesarios para enfrentarse a un mundo caótico.
El Shabat tiene un poder que va más allá de la rutina o el ritual. Permite a los israelíes -y a todos nosotros- alejarse del interminable «qué» de la supervivencia y la acción, y volver al «por qué» que da sentido a la vida. Restaura el alma, agudiza la claridad, fortalece a las familias y da valor para enfrentarse al mundo. Para los israelíes, para los cristianos, para los judíos, para cualquiera que busque un sentido más allá de la supervivencia, el Shabat no es una pausa. Es la vida misma.