El 2 de mayo de 1980, terroristas árabes tendieron una emboscada a los fieles judíos que regresaban de la Cueva de los Patriarcas de Hebrón, asesinando a seis inocentes e hiriendo a otros veinte. Tras este ataque y otras provocaciones, un grupo de judíos de la cercana Kiryat Arba tomó la audaz decisión de regresar al corazón de Hebrón, restableciendo una presencia judía que había sido violentamente borrada durante la masacre de 1929.
Entre ellos había un joven de 21 años llamado Yechiel Leiter, que hoy es embajador de Israel en Estados Unidos. Desempeñó un papel decisivo en la revitalización de la antigua comunidad judía en la tierra conocida como Admot Yishai, «La Tierra de Jesé», llamada así por el padre del rey David, que está enterrado en Hebrón. Leiter recordó más tarde haber pasado varios días en la cima de la colina con unos amigos, pisando el mismo suelo donde vivieron Abraham, Isaac y Jacob, y donde David estableció su trono. Tras visitar la tumba de Jesé, exploraron las excavaciones arqueológicas cercanas.
Allí se encontraron con un hombre árabe al que le extrañó su interés. «¿Qué es tan importante para vosotros aquí?», preguntó. Encogiéndose de hombros, agitó la mano sobre las antiguas ruinas y murmuró desdeñosamente: «No son más que agujeros».
El embajador Leiter explica que en hebreo existe una palabra para designar esta actitud: stam. Significa «simplemente», «nada especial», «no importa». Llamar a algo stam es despojarlo de significado, tratarlo como algo vacío, irrelevante o aleatorio.
Pero ¡qué equivocado estaba este árabe! ¿Stam? ¿Sólo el lugar donde nació la nación de Israel? ¿Justo el lugar donde los Patriarcas invocaron el nombre de Dios, enseñando al mundo que fue Dios quien creó al hombre, y no el hombre quien creó a Dios? ¿Sólo el lugar donde el rey David estableció el Reino de Israel? ¿Justo el lugar donde los judíos vivieron y florecieron durante siglos, hasta que fueron masacrados en 1929? ¿Stan?
El mundo sigue tratando la reivindicación de Israel sobre la tierra, y nuestra misión en sí, como si fuera «sólo» política, «sólo» coincidencia, «sólo» historia. La Biblia nos muestra que esta actitud, esta desestimación de lo sagrado, no es nada nuevo.
¿Qué son estos pozos? En apariencia, son pozos físicos: agujeros en el suelo para acceder al agua. Pero lo cierto es que estos pozos también representan algo mucho más grande. El Kotzker Rebbe explicó que el agua simboliza la Torá, la enseñanza divina. Los pozos de Abraham no eran sólo para el agua; simbolizaban nuevos caminos para servir a Dios, nuevas revelaciones de santidad en el mundo. Abraham cavó hondo y descubrió tesoros de fe y verdad.
Pero tras la muerte de Abraham, los filisteos taponaron los pozos. En hebreo, el versículo dice «vayisatmum Plishtim» – literalmente, «los filisteos los hicieron stam«. La propia palabra para tapar los pozos procede de la misma raíz que stam. No se limitaron a llenarlos de suciedad; los tacharon de stam, de sin sentido. Desecharon los descubrimientos de Abraham por irrelevantes, reduciéndolos a «simples agujeros». Para los filisteos, las enseñanzas de Abraham eran «sólo» palabras, «sólo» ideas, «sólo» las excentricidades de un hombre ya muerto.
Isaac, sin embargo, no permitió que el legado de su padre quedara enterrado bajo esta actitud de mezquindad. Volvió a excavar los pozos, mostrando que lo que otros desechaban como ordinario o irrelevante podía, en verdad, reabrirse y revelarse como verdades eternas. Cada generación, enseñó Isaac, debe destapar de nuevo los pozos.
Y ésta es también nuestra lucha. La lucha de Isaac es la lucha de sus descendientes, el pueblo de Israel. Una y otra vez, se nos dice que nuestra historia es stam. ¿Nuestra tierra? Stam política. ¿Nuestra supervivencia? Stam coincidencia. ¿Nuestra fe? Stam superstición. ¿Nuestro regreso a Sión? Stam colonialismo.
Dirigentes occidentales como Emmanuel Macron y Keir Starmer nos dicen que debemos ceder «Cisjordania» para una «solución de dos Estados», como si fuera un trozo de tierra más. ¡Pero esta tierra no es stam! Es Judea y Samaria: la cuna de nuestro pueblo, el escenario de nuestra Biblia, el corazón de nuestra identidad.
El stam no existe. La Biblia insiste en que nada en este mundo es vacío o aleatorio. Cada detalle, grande o pequeño, fluye de la voluntad de Dios, que sustenta toda la existencia con un propósito divino. Lo que el mundo descarta como stam está, de hecho, lleno de significado divino.
Por eso existimos. Dios nos encargó la tarea de enseñar a las naciones que la vida no carece de sentido, que detrás de cada acontecimiento -ya sea en la naturaleza, la política o la historia- hay un plan divino. Estamos aquí para proclamar que nada es stam. Como explicó el rabino Samson Raphael Hirsch: «El pueblo de Israel sirve de testimonio vivo ante todas las naciones contra la herejía griega, que afirmaba que todo en el mundo sucede por casualidad, sin que sea evidente en ello ninguna mano guiadora».
Si el mundo quiere pruebas de que no existe el stam, no necesita mirar más allá de nosotros. No existe ninguna explicación racional para nuestra existencia continuada como pueblo. Ninguna nación ha sido exiliada de su tierra, dispersada por todo el planeta, y aun así ha sobrevivido y prosperado de algún modo durante milenios.
¿Esto es stam? ¿Es «sólo» un episodio más de la historia? No. Es la demostración más clara de que el Dios de Israel gobierna la historia.
La tarea que tenemos ante nosotros es la misma que en tiempos de Isaac. Los filisteos de antaño llenaban los pozos y los llamaban stam. Hoy, los nuevos filisteos -políticos, culturales e ideológicos- intentan hacer lo mismo. Tachan la existencia de Israel de casualidad o, peor aún, de ilegítima. Insisten en que nuestra fe es anticuada, nuestra supervivencia accidental, nuestra tierra robada.
Nuestra respuesta debe ser la misma que la de Isaac: volver a cavar. Debemos cavar pozos físicos: revivir la tierra de Israel, dar vida al desierto, restaurar sus campos, ciudades y hogares. Y debemos cavar pozos espirituales -sacando las aguas de la Torá, enseñando a las naciones que lo que ven como stam es en realidad sagrado. Dios está en todos los rincones de este mundo, si tan sólo estamos dispuestos a abrir los ojos.
El árabe de Hebrón miró las excavaciones y dijo: «No son más que agujeros». Vio stam. Pero nosotros lo sabemos mejor. Esos «agujeros» son los pozos de Abraham e Isaac, los cimientos del trono de David, el latido de la eternidad de Israel. Puede que las naciones del mundo sigan viendo nuestra historia como stam, pero nosotros no. Sabemos que no existe lo «justo». No hay stam en la historia, no hay stam en la creación, no hay stam en la supervivencia y el renacimiento de Israel.
Hemos vuelto a casa y estamos aquí para excavar de nuevo, para restaurar la tierra y la fe que nuestros enemigos intentan borrar con tanto ahínco. Sobre todo, estamos aquí para declarar que nada es estéril: que cada piedra, cada historia, cada milagro está moldeado por la mano del Dios vivo.