Mientras crecía en Nueva York, el mes hebreo de Elul -elque precede inmediatamente a las Altas Fiestas de Rosh Hashaná y Yom Kipur- erauna época de ansiedad. Generalmente coincidía con el comienzo del curso escolar, que ya era bastante estresante para un niño tímido. Pero la inquietud de Elul iba más allá de las aulas y los libros de texto. Con la cuenta atrás para Rosh Hashaná, el día en que Dios juzga a cada ser humano y determina su destino para el año siguiente, todo el mes llevaba un peso de espanto. Las oraciones se hicieron más largas e intensas. Las llamadas al arrepentimiento y al autoexamen llenaban la sinagoga. Se avecinaba la preparación para unos días pasados en oración casi constante. Todo ello se combinaba en una pesada nube de presentimiento.
Sí, Elul también se describe como un tiempo de acercamiento a Dios, de renovación y reconexión. Pero ese mensaje suele quedar ahogado por la ansiedad. Tomemos, por ejemplo, la clásica oración confesional que repetimos durante esta estación: «Hemos transgredido a Dios y al hombre. Hemos traicionado a Dios y al hombre. Hemos robado. Hemos calumniado. Hemos hecho pecar a otros. Hemos hecho que otros se vuelvan resha’im (malvados). Hemos pecado con malicia. Hemos tomado por la fuerza. Hemos apilado falsedad sobre falsedad…». ¡Y esto es sólo el principio de la oración! Una letanía de culpa sobre culpa, apilando un pecado sobre otro.
¿Es esto realmente lo que debe ser el mes de Elul?
Para responder a esto, tenemos que fijarnos en la diferencia entre Elul en la Tierra de Israel y Elul en el exilio.
Tras la destrucción del Segundo Templo, el pueblo judío se dispersó en el exilio, y muchas de las masas se asentaron en Europa. Allí, el mes de Elul adquirió un tono oscuro. En septiembre, los días se hacían más fríos y oscuros, las lluvias convertían los caminos en barro y la gente temía, como es natural, el largo y duro invierno que pronto llegaría. Esa realidad estacional se filtró en la vida judía y modeló la atmósfera espiritual del mes. Elul se convirtió en un mes de presentimientos y ansiedad.
Pero en Israel, el ritmo natural de las estaciones es totalmente distinto. En Israel, la época más dura del año no es el invierno, sino el verano. Los veranos de Israel son abrasadoramente calurosos, secos como huesos e implacablemente marrones. La tierra parece reseca, sin vida, muerta. También espiritualmente, el verano alberga el día más triste del año judío, el 9 de Av, cuando lloramos la destrucción del Templo y recordamos terribles tragedias a lo largo de la historia judía. Pero entonces llega Elul. El calor empieza a amainar, el aire se enfría… y vuelve la esperanza. Elul trae los primeros signos de cambio, la anticipación de la lluvia y la promesa de que los campos volverán a ser verdes. En Israel, el invierno no se teme, sino que se anhela, porque devuelve la vida a la tierra.
En tiempos bíblicos, Elul era uno de los meses más felices del año. Era una estación de alegría, profundamente vinculada al ciclo agrícola de Israel. Los Sabios enseñaban: «No había días mejores para Israel que el quince de Av y Yom Kippur» .En otras palabras, el periodo más feliz del año se extendía desde la vendimia a mediados de Av hasta Yom Kippur, abarcandotodo el mes de Elul. Era la época tradicional de la búsqueda de pareja, cuando las hijas de Jerusalén salían vestidas de blanco para bailar en los viñedos y conocer a posibles pretendientes.
La vendimia de Elul era una época de música, danzas y celebraciones, como relata la propia Biblia. En tiempos de Abimelec, «salieron al campo, vendimiaron sus viñas, las pisaron e hicieron fiesta» (Jueces 9:27). Era costumbre celebrar la vendimia con flautas y música en los viñedos. Al final de Jueces, leemos que las hijas de Silo danzaban en las viñas: «He aquí que cada año hay fiesta del Señor en Silo… y mirad, si las hijas de Silo salen a bailar danzas, salid de las viñas…» (Jueces 21:19-21).
Elul no debía ser un mes de tristeza. Debía ser un tiempo de vida, de canciones, de danzas, de acercarse a Dios con alegría.
Ahora, tras dos mil años de exilio, el pueblo judío ha regresado a su tierra. Y con nuestro regreso llega la posibilidad de restaurar el espíritu original de Elul. Ya no está ligado a las sombras del exilio. En Israel, Elul puede volver a ser una estación de expectación, renovación y alegría.
El rabino Abraham Isaac Kook, el rabino visionario del renacimiento de Israel, nos dio una idea de cómo podría ser este Elul restaurado. En lugar de recitar sólo la pesada confesión de los pecados: «Hemos pecado. Hemos traicionado. Hemos robado. Hemos calumniado», nos instó a reflexionar sobre nuestras vidas de un modo más positivo. Compuso una oración paralela de alegría: «Hemos amado. Hemos madurado. Hemos crecido. Hemos pronunciado palabras hermosas. Hemos influido. Hemos merecido. Hemos empezado. Hemos absorbido la verdad. Hemos dado buenos consejos. Hemos anhelado. Hemos aprendido. Hemos confiado en Ti. Hemos actuado, hemos esperado, hemos aguardado Tu luz. Hemos recordado que Tú lo habías prometido…».
Los días del exilio han quedado atrás. El pueblo de Dios ha vuelto a casa. Sí, Israel aún se enfrenta a guerras, amenazas y penurias, pero el regreso del pueblo judío a su tierra no es ni más ni menos que el cumplimiento de la promesa de Dios, los huesos secos que vuelven a la vida. En esta tierra, Elul no tiene por qué estar lastrado por el miedo. Puede volver a estar marcado por la alegría, el renacimiento y la luz. Sigue siendo un tiempo de arrepentimiento y de retorno a Dios, pero debe ser un retorno con alegría, no con temor. Éste es el verdadero poder de Elul en la Tierra de Israel: no es un mes de ansiedad, sino un mes de vida.