El ratón de biblioteca está preocupado: Cuando los cuentos enseñan medias verdades

agosto 27, 2025
Two Israeli children reading in the sun (Shutterstock)

En mi reciente viaje para visitar a la familia en Estados Unidos, pasé una tarde dichosa en uno de mis lugares favoritos: la biblioteca. No me malinterpretes. Me encanta mi vida en Israel. Cada día me despierto agradecida por vivir en la Tierra que Dios prometió a Am Yisrael (el pueblo de Israel). Pero cuando vuelvo a Estados Unidos, hay algo que saboreo: la biblioteca en inglés. Hay algo en las hileras de libros, en el ambiente, en la posibilidad de deambular y elegir una historia. La biblioteca que hay cerca de casa de mis padres es preciosa, y mis hijos se pierden en la sección infantil, con sus mesas para colorear, sus estanterías de libros ilustrados y sus amables bibliotecarios.

Pero una tarde, mientras paseaba por la sección infantil, tropecé con un libro que me dejó descolocada. Era la historia de un refugiado palestino en Líbano cuya familia se había marchado en 1948. El libro describía las penurias de la vida en el campo y cómo se las arreglaba la familia en él. La resiliencia del personaje central era inspiradora: puso en marcha un camión de comida y creó oportunidades en medio de la lucha. Esa parte la aprecié. Lo que me molestó no fue la innovación de la protagonista, sino la forma en que se contó la historia. Las palabras se eligieron cuidadosamente para dejar en los niños la impresión de que Israel es la causa última de su sufrimiento. Una historia simplificada, unilateral, aplanada en villanos y víctimas.

Así que me pregunté ¿Qué dice la Biblia sobre las palabras que hieren? ¿Dónde está el límite entre la libertad de expresión y las palabras que engañan, las palabras que hieren?

La Biblia ofrece un vívido ejemplo del poder destructivo de las palabras en la historia de los meraglim (espías). Enviados a explorar la Tierra Prometida, regresaron con un informe cargado de miedo:

Lo que decían no era del todo falso. Sí, los habitantes eran formidables. Sí, la tierra exigía fuerza para asentarse. Pero su relato tergiversaba la verdad y la convertía en desesperación. Sus palabras encendieron el pánico. El pueblo lloró, se negó a entrar en la tierra y se condenó a cuarenta años de peregrinación.

Éste es el poder de la verdad selectiva. No es necesario que las palabras sean inventadas para causar estragos. Basta con la exageración, la omisión, el encuadre, para convertir la verdad en veneno. El informe de los espías nos muestra que el discurso distorsionado puede ser más peligroso que la espada.

Esa lección está codificada en la ley. El Noveno Mandamiento es claro:

Dar falso testimonio no es sólo mentir bajo juramento. Incluye testimonios creados para engañar, historias contadas sin contexto, narraciones diseñadas para que una parte parezca culpable y la otra inocente. La Biblia exige integridad en la palabra, porque las palabras tienen consecuencias.

Por eso el libro infantil que encontré me perturbó tan profundamente. Sólo contaba una parte de la historia. Hablaba del desplazamiento en 1948, pero no mencionaba las guerras lanzadas contra Israel por los estados árabes circundantes, los llamamientos de los dirigentes árabes instando a los civiles a huir temporalmente para que los ejércitos invasores pudieran barrer a los judíos al mar. No mencionó que los países árabes se negaron entonces a integrar a los palestinos en sus sociedades, atrapándolos en campos permanentes durante décadas, negándoles la ciudadanía y la igualdad de derechos. No mencionó a los cientos de miles de judíos expulsados de tierras árabes al mismo tiempo, absorbidos por Israel sin que ninguna agencia de la ONU se dedicara exclusivamente a su bienestar.

No mencionó el creciente movimiento islámico radical, que oprime a las mujeres, silencia la disidencia y aplasta la libertad personal. Tampoco mencionó el auge de las organizaciones terroristas que no sólo atentan contra el pueblo judío, sino que también infligen sufrimiento a los musulmanes de todo el mundo.

Al omitir estos hechos mediante una narración unilateral, el libro deja a los niños con una acusación disfrazada de compasión. Y la Biblia es clara, una historia a medias que distorsiona la realidad es falso testimonio.

Y aquí es donde mi corazón tiembla de verdad. Tengo un Máster en Primera Infancia y pasé una década enseñando en preescolar. Puedo imaginar exactamente cómo se desarrollaría esto en un aula. Un aula en Nueva York, en Colorodo, en California. La profesora, inocentemente o no tan inocentemente, lee este cuento en voz alta como parte de una unidad sobre dificultades o culturas extranjeras. Hace una pausa, mira al círculo de niños con los ojos muy abiertos y pregunta: «¿Qué creéis que significa estar rodeado de muros? ¿Por qué creéis que no puede volver a Palestina?».

Y así, sin más, se plantan las semillas. «Palestina» se convierte en el nombre de una patria perdida, mientras que la palabra «Israel» nunca se pronuncia, o peor aún, se da a entender que es el ladrón. Los niños pequeños, sin contexto, asimilan la sugerencia de que los judíos tomaron lo que no les pertenecía.

¿Esa misma clase dedicaría alguna vez una unidad a la historia judía? ¿Aprenderían los niños sobre el exilio y los pogromos, sobre los guetos y el Holocausto, sobre la milagrosa reunión de los exiliados de vuelta a Sión? ¿Aprenderían que Israel no es un proyecto colonial, sino la antigua patria del pueblo judío, restaurada después de dos mil años? ¿La tecnología, la innovación y la humanidad que han surgido del Estado de Israel?

Lo dudo.

Así comienza el adoctrinamiento. No con gritos, sino con historias. No con odio abierto, sino con omisiones encubiertas.

La Biblia enseña que las palabras crean la realidad. Pueden engañar, pueden inflamar, pueden herir, o pueden construir, sanar y restaurar. Dios pone ante nosotros una elección:

Elegir la vida incluye elegir cómo hablamos.

El libro que cogí en la biblioteca me recordó que la batalla por la verdad no sólo se libra en el campo de batalla o en los pasillos de la diplomacia. Se libra en las aulas, en las bibliotecas, en los cuentos antes de dormir y en la imaginación de los niños. Las palabras pueden transmitir simpatía, pero la simpatía sin contexto puede ser una trampa.

La Biblia nos ordena buscar la verdad. Eso significa resistir la tentación de aceptar una historia simplemente porque despierta compasión. Significa preguntarse qué se ha dejado sin decir, qué detalles se han omitido y qué perspectiva se ha silenciado. Las medias verdades son peligrosas precisamente porque suenan convincentes.

Seamos, pues, investigadores. Seamos buscadores de la verdad. Midamos cada historia con la imagen completa, no con la parte más fácil de escuchar. Porque la próxima generación no sólo heredará las historias que contemos, sino también el mundo que esas historias creen.

Sara Lamm

Sara Lamm is a content editor for TheIsraelBible.com and Israel365 Publications. Originally from Virginia, she moved to Israel with her husband and children in 2021. Sara has a Masters Degree in Education from Bankstreet college and taught preschool for almost a decade before making Aliyah to Israel. Sara is passionate about connecting Bible study with “real life’ and is currently working on a children’s Bible series.

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