Ayer, en vísperas de Yom HaShoah (Día del Recuerdo del Holocausto), mi hijo, que tiene ocho años, volvió del colegio con una pequeña vela en la mano. En ella estaba escrito el nombre «Ella Newburg». La vela tenía una etiqueta sencilla con la biografía aún más sencilla de Ella. La mataron en 1943. Era polaca. Era médico. Era judía.
No sabemos nada más de ella. Pero encendimos su vela. Juntos, mi hijo y yo cantamos «Ani Ma’amin», una interpretación de los 13 Principios de Fe de Moisés Maimónides: «Creo con fe perfecta en la venida del Mesías y, aunque se demore, esperaré diariamente su llegada». Una canción que cantamos tradicionalmente en momentos sombríos como éste. Momentos en los que la esperanza es obligatoria, sobre todo a la sombra de una gran tragedia.
Mi hijo y yo dijimos el nombre de Ella en voz alta. Nos preguntamos qué clase de médico era: quizá una pediatra, amable y dulce como nuestro propio médico de cabecera. «¿Crees que Ella fue madre?», se preguntó mi hijo en voz alta. La pregunta flotaba en el aire, incontestable pero profunda en su sencillez.
En el Libro de Josué, cuando los israelitas cruzaron el río Jordán, Josué ordenó que se colocaran doce piedras como monumento conmemorativo. Pero el texto revela algo de lo que rara vez se habla: en realidad había dos conjuntos de piedras con fines distintos. Un conjunto fue retirado del lecho del río y llevado hasta su destino. El segundo conjunto se colocó directamente en el río para que permaneciera allí para siempre.
Las primeras piedras representaban la propia iniciativa de Israel al cruzar las aguas: «Cuando más tarde vuestros hijos pregunten a sus padres el significado de estas piedras, entonces diréis a vuestros hijos: ‘Israel atravesó este Jordán en seco. Dios, vuestro Señor, secó las aguas del Jordán ante vosotros hasta que lo atravesasteis, igual que Dios, vuestro Señor, hizo con Yam Suf, secándolo ante nosotros hasta que lo atravesamos'».
El segundo conjunto atestiguaba la intervención divina: «Que esto sea una señal entre vosotros para el tiempo en que vuestros hijos os pregunten ‘¿qué significado tienen estas piedras? Les explicaréis que las aguas del Jordán se dividieron ante el Arca de la Alianza de Dios, cuando ésta pasó al Jordán las aguas se dividieron».
Juntos, formaban una narración completa: tanto la providencia divina como la agencia humana.
Estos dos enfoques del recuerdo -la providencia divina y la agencia humana- reflejan mi propia crianza durante este tiempo de guerra. Mis hijos han desarrollado su propia forma de resiliencia. Corren a los refugios antiaéreos sin preguntar. Se agachan y se cubren al oír las sirenas. Sin embargo, me pregunto qué parte de nuestra historia colectiva deben cargar a una edad tan temprana.
¿Cómo les hablo de los millones de personas que no tuvieron refugios, ni sirenas, ni avisos? Éste es el delicado equilibrio: honrar nuestra historia al tiempo que protegemos su infancia.
La vela con el nombre de Ella ofrece una solución perfecta. Una persona. Una historia. Un trozo manejable de nuestra vasta historia que un niño de ocho años puede sostener sin sentirse abrumado. Al encenderla juntos, participamos en un recuerdo que respeta tanto la verdad como la inocencia.
La sencillez de detenerse, de nombrar, de cuestionar… construye una resistencia espiritual distinta de la ira o el miedo. Enseña que el propio recuerdo es un acto de resistencia. Que decir los nombres en voz alta desafía a quienes quieren borrarlos.
Cuando encendemos velas por personas como Ella Newburg, reflejamos el acto de Josué de colocar piedras en el lecho del río. Cuando enseñamos estos rituales a nuestros hijos, les confiamos piedras para que las lleven adelante, preservando la memoria mientras continúan el viaje.
Y así encendimos juntos la vela de Ella. «Ani Ma’amin», cantamos. Creemos con fe perfecta en la luz que persiste incluso en la oscuridad, no como metáfora poética, sino como recuerdo practicado. Un médico de Polonia. Una mujer judía. Un nombre pronunciado en voz alta que, de otro modo, podría haberse olvidado. Esta es nuestra resistencia, nuestro recuerdo, nuestra piedra colocada como testimonio.
Así nos aseguramos de que cuando pregunten por las piedras, también conocerán las historias.
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