El poeta israelí Yehuda Amichai comentó bellamente: «El aire sobre Jerusalén está saturado de oraciones y sueños». Durante siglos, Jerusalén ha servido de epicentro espiritual, atrayendo a gentes de todos los rincones del planeta para comulgar con la Divinidad. En los tiempos del Templo, fue un faro para quienes buscaban expresar su devoción a Dios. Tras su destrucción, la práctica de rezar tres veces al día mirando a Jerusalén ha mantenido vivo su recuerdo en los corazones de los judíos de todo el mundo.
La porción de la Torá de Vayakhel (Éxodo 35:1-38:20) narra la construcción del Tabernáculo, un santuario provisional que viajó con el pueblo judío hasta que se estableció en Jerusalén el Templo de Salomón, una estructura permanente. La haftará de la porción de Vayakhel, la lectura de los profetas que se lee junto con la lectura de la Torá, procede de I Reyes 7. En ella se describe la construcción de varios componentes del Tabernáculo. Describe la construcción de varios componentes del Templo Sagrado por el sabio artesano Hiram de Tiro, paralelamente a la porción de la Torá que describe la construcción del Tabernáculo por el sabio Bezalel y su equipo de artesanos.
Mientras que el Tabernáculo se construyó sólo con los esfuerzos de los Hijos de Israel, Salomón buscó la pericia de Hiram, rey de Tiro, en cuyas tierras crecían los magníficos cedros del Líbano y los cipreses. Salomón compartió con Hiram el sueño no realizado de su padre David de construir un templo, sueño que ahora estaba a su alcance gracias a la paz, la sabiduría y la riqueza otorgadas por Dios. Hiram accedió a suministrar la madera necesaria, lo que marcó el inicio de esta extraordinaria colaboración.
La ceremonia de dedicación del Templo fue una ocasión trascendental, en la que Salomón reflexionó sobre la visión de su padre, ahora realizada gracias a sus esfuerzos. Su oración durante la ceremonia fue una profunda expresión de humildad y reverencia, reconociendo el misterio de encapsular lo Divino dentro de los límites terrenales y buscando la vigilancia y el perdón eternos de Dios. No sólo su construcción fue un esfuerzo conjunto de judíos y no judíos, sino que el rey Salomón declaró expresamente que sería una casa de culto para todo el que buscara Su presencia en ella, según consta en 1 Reyes 8:41-43. Isaías celebró además el significado universal del Templo cuando dijo
Esta visión trascendía cualquier noción de exclusividad, afirmando que, a los ojos de la Divinidad, todos somos hermanos. El Templo se erigía así no sólo como símbolo de la resistencia y la fe judías, sino como emblema universal de unidad, oración y pacto divino, que invitaba a todas las almas a buscar conexión y guía espirituales.
Isaías 2:3 resume aún más esta llamada universal a la espiritualidad y a la fraternidad entre las naciones: «Y vendrán muchos pueblos y dirán: ‘Venid, subamos al monte de Yahveh, a la casa del Dios de Jacob, para que nos enseñe sus caminos y caminemos por sus sendas'».
El legado del Templo de Salomón, desde su creación hasta su consagración, sirve de conmovedor recordatorio de los profundos vínculos entre lo divino y la humanidad y entre todas las personas que desean servir al Dios de Israel. Nos insta a apreciar y defender los valores que nos unifican en nuestra búsqueda compartida de la plenitud espiritual y la guía divina.
En el mundo actual, especialmente desde el 7 de octubre, el mensaje de unidad y unión que representa el Templo de Salomón es más importante que nunca. La idea de un lugar que acoge a todos en el culto y la hermandad, una «casa de oración para todas las naciones», sirve como poderoso recordatorio de nuestra humanidad compartida, nuestros sueños compartidos y la fuerza que encontramos cuando trabajamos juntos.
Ahora, más que nunca, debemos permanecer unidos y fomentar una comunidad global de amor y respeto. Dejemos que las lecciones intemporales del Templo de Salomón nos inspiren para trabajar por un mundo en el que la unidad y el propósito colectivo allanen el camino hacia un futuro más brillante y armonioso.
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