Como líder del pueblo judío, Moisés se implicó en todos los asuntos de interés para la nación. Los sacó de Egipto, les enseñó la Torá, actuó como intermediario entre la nación y Dios y rezó en su nombre cuando pecaban. Era un líder por excelencia. Y, sin embargo, su última actividad en este mundo estuvo dedicada a un solo ámbito: Moisés ascendió a la montaña de Nebo y contempló la Tierra de Israel.
Su ascensión no fue una mera elección personal, sino una directiva divina. Dios ordenó a Moisés que contemplara la tierra en la que no entraría, subrayando el tema de ver los frutos del propio trabajo aunque uno no pueda participar en ellos. Este momento también refleja la relación continua de Dios con Moisés, proporcionándole una visión final y amplia de la tierra prometida a los descendientes de Abraham, Isaac y Jacob.
El Talmud (Sotah 14a) se pregunta: ¿Por qué deseaba Moisés entrar en la Tierra de Israel? ¿Era para disfrutar de sus frutos o para saciarse de su generosidad? El Talmud responde que el deseo de Moisés era espiritual; ansiaba tener la oportunidad de cumplir los mandamientos exclusivos de la Tierra de Israel.
Aunque no se le permitió entrar, poder contemplar la tierra fue un consuelo para Moisés, pues comprendió que incluso el mero hecho de verla impulsa a una persona a nuevas alturas espirituales. Del mismo modo, hoy en día hay personas que acceden a balcones elevados de la Ciudad Vieja de Jerusalén para contemplar el Monte del Templo. Aprecian el beneficio espiritual que pueden obtener con sólo ver este lugar sagrado.