Cuando el sol se pone cada atardecer durante siete semanas entre la Pascua y Shavuot (Fiesta de las Semanas), las comunidades judías de todo el mundo participan en un ritual que las conecta con miles de años de tradición. Comienzan con una bendición: «Bendito eres Tú, Señor, Dios nuestro, Rey del Universo, que nos has santificado con tus mandamientos y nos has ordenado contar el Omer», y luego anuncian el día concreto de la cuenta: «Hoy hace veintitrés días, que son tres semanas y dos días del Omer». Esta práctica -contar cada día durante siete semanas completas entre dos festividades importantes- parece engañosamente sencilla. Sin embargo, en este recuento reside una profunda sabiduría espiritual sobre la naturaleza de la libertad, el propósito y la conexión divina.
El periodo entre Pésaj (la Pascua judía) y Shavuot (la Fiesta de las Semanas) marca un viaje de transformación. La Pascua celebra la liberación física de los israelitas de la esclavitud egipcia, mientras que Shavuot conmemora la entrega de la Torá en el monte Sinaí. El recuento entre estas fiestas -conocido como Sefirat HaOmer (Recuento del Omer)- revela una profunda verdad sobre la propia libertad y es en realidad un mandamiento bíblico:
¿Cuál es exactamente la finalidad de este recuento?
La obra medieval Sefer HaChinuch explica que la cuenta del Omer conecta estos dos momentos fundamentales de la historia judía. El Éxodo, aunque monumentalmente importante, no fue más que el preludio de un propósito mayor. La verdadera libertad no consiste simplemente en romper cadenas; consiste en forjar una conexión con Dios y vivir con un propósito divino. Contando cada día entre la liberación y la revelación, reflejamos la ansiosa anticipación de nuestros antepasados que, habiendo escapado de Egipto, contaban los días hasta que recibirían la palabra de Dios en el Sinaí.
El rabino Iosef Soloveitchik, uno de los pensadores ortodoxos más destacados del siglo XX, explica por qué contamos explorando la relación entre la conciencia del tiempo y la libertad. Un esclavo, enseñaba, sólo vive en el presente inmediato. Sin control sobre su horario o destino, los esclavos no pueden apreciar plenamente el paso del tiempo ni su significado. Sus momentos pertenecen a otra persona.
La orden de contar cada día representa el primer ejercicio de libertad: apropiarse del propio tiempo. Cada día contado se convierte en un día vivido con intención, un día que pertenece al contador. La numeración cuidadosa y secuencial de los días transforma las siete semanas en un viaje con sentido, en lugar de en un borrón indiferenciado de existencia.
A lo largo de estos cuarenta y nueve días, la tradición mística judía enseña que las siete semanas corresponden a siete atributos emocionales fundamentales que es necesario refinar antes de poder recibir adecuadamente la sabiduría divina. Cada semana se centra en el desarrollo de un rasgo concreto: bondad, disciplina, armonía, resistencia, humildad, vinculación y liderazgo.
Esta preparación espiritual refleja la realidad histórica. Los israelitas, que habían vivido como esclavos durante generaciones, necesitaban tiempo para desarrollar la capacidad espiritual y moral de recibir la ley de Dios. Durante cada uno de los 49 días que transcurrieron entre la liberación y la revelación, trabajaron sobre sí mismos para ser dignos de entrar en alianza con Dios. La libertad requiere algo más que la liberación física: exige el cultivo del carácter.
Aunque la cuenta del Omer es una práctica claramente judía, su mensaje resuena universalmente. Todos los viajes hacia una mayor conciencia espiritual requieren paciencia, preparación y compromiso diario. La transformación no se produce en momentos dramáticos, sino en el tranquilo recuento de los días, cada uno de ellos vivido con determinación.
Como escribió el rey David en Salmos 90:12: «Enséñanos a contar nuestros días, para que adquiramos un corazón sabio». El rabino Adin Steinsaltz enseña que aprender a contar nuestros días significa darnos cuenta de que cada uno de ellos importa: que la vida es breve, y nuestras elecciones deben reflejar valores duraderos.
Al contar, reconocemos tanto el valor de cada día como la importancia de la dirección. Reconocemos que el fin último de la libertad no es la autocomplacencia, sino la autotrascendencia: ir más allá de nuestras limitaciones hacia la conexión divina.
El recuento del Omer nos recuerda que los viajes más importantes no se miden en kilómetros recorridos, sino en el desarrollo del carácter. La prueba definitiva de la libertad no es de qué somos libres, sino para qué somos libres. Al contar los días entre la liberación y la revelación, afirmamos que la libertad encuentra su plenitud no sólo en la huida de la esclavitud, sino en el abrazo del propósito.