En un mundo en el que el éxito económico a menudo parece dominar nuestras búsquedas, es natural preguntarse: ¿le importa a Dios el dinero? ¿Deberíamos hacerlo nosotros? En Dinero Bíblico, creemos que la Biblia ofrece ricas lecciones que nos guían tanto para vivir como para dar, especialmente en lo que se refiere a nuestra vida financiera. Explorando las historias de los héroes bíblicos y las enseñanzas de las Escrituras, podemos obtener valiosos conocimientos sobre cómo enfocar el dinero y la riqueza de un modo que se ajuste a los valores de Dios.
Desde el principio de la Biblia, sabemos que Dios creó al hombre y a la mujer con un propósito concreto: cuidar del Jardín del Edén. En el Génesis, Dios les ordena trabajar, cultivar y cuidar el jardín. Esta tarea no consistía sólo en cuidar las plantas, sino también en administrar el mundo de forma responsable. El trabajo de la creación, en este sentido, no es sólo un medio de supervivencia, sino un reflejo de la imagen divina a la que fue hecha la humanidad. Como seres creados a imagen de Dios, estamos llamados a ser creadores, a comprometernos con el mundo y a mejorarlo.
En tiempos bíblicos, la actividad comercial era en gran medida agrícola, pero en el mundo actual puede implicar trabajar en una oficina, dirigir un negocio o contribuir a la sociedad de diversas maneras. La verdad esencial sigue siendo: el trabajo, y la riqueza que genera, es una empresa que honra a Dios. Cuando realizamos nuestras tareas cotidianas, ya sea plantando semillas o dirigiendo equipos, estamos participando en una actividad sagrada.
Esta comprensión enlaza con el concepto bíblico de Shabbat (el Sabbat). Dios ordena a Su pueblo que descanse el séptimo día, un día dedicado no a la ociosidad, sino a la reflexión y la renovación. La llamada al descanso no es un rechazo del trabajo, sino una invitación a reconocer el propósito divino en nuestra labor.
Una mirada más atenta al Génesis revela algo fascinante sobre la visión que Dios tiene de la creación. La palabra «bueno» aparece siete veces en el primer capítulo, lo que indica la satisfacción de Dios con Su creación. Cuando Dios describe el Jardín del Edén, habla de los ríos que fluyen de él, incluido el río Pisón, que rodea la tierra de Havila, un lugar rico en oro. Sorprendentemente, Dios llama «bueno» al oro de esta tierra. Este momento plantea una pregunta importante: ¿por qué Dios llamaría «bueno» al oro, un material que a menudo se asocia con la riqueza y los afanes mundanos?
La respuesta está en la perspectiva bíblica más amplia sobre los recursos y la riqueza. Del mismo modo que Dios llama «bueno» al resto de la creación, considera que el oro forma parte de Su creación. Esto sugiere que la riqueza, cuando se entiende y se utiliza correctamente, puede alinearse con los propósitos de Dios. Lejos de ser inherentemente malo, el dinero es una herramienta que puede utilizarse para el bien cuando se gestiona de acuerdo con los principios bíblicos.
Entonces, ¿le importa a Dios el dinero? La respuesta corta es sí. Dios valora la riqueza, pero también establece expectativas sobre cómo debemos manejarla. A lo largo de la Biblia, se nos recuerda la importancia de la generosidad, la mayordomía y una actitud adecuada hacia las cosas materiales. El dinero no debe acapararse ni adorarse, sino utilizarse sabiamente para servir a los demás, apoyar la obra del Reino y reflejar el amor de Dios en nuestra vida cotidiana.
En última instancia, el enfoque bíblico del dinero tiene que ver con el equilibrio. Se trata de reconocer que, como administradores de la creación de Dios, estamos llamados a utilizar todos los recursos -tiempo, talentos y tesoros- para Su gloria. Así pues, al navegar por las complejidades de las finanzas en el mundo actual, debemos preguntarnos: ¿estamos utilizando nuestra riqueza de forma que honre a Dios y refleje Su bondad?
La Biblia nos enseña que la riqueza, cuando se utiliza con sabiduría, puede ser una poderosa herramienta para el bien. Cuando alineamos nuestras decisiones financieras con el propósito de Dios, descubrimos que el dinero se convierte no sólo en una necesidad, sino en un medio para cumplir nuestra vocación divina.