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¿Quiere Dios que seamos socialistas y vivamos de limosnas?

Explorando el Trabajo, el Bienestar y la Perspectiva Bíblica de la Productividad

En la sociedad actual, la idea de vivir sin necesidad de trabajar -disfrutando simplemente de un ocio sin fin- parece a menudo un sueño hecho realidad. Imagínate ganar la lotería, recibir cientos de millones de dólares y no tener que volver a mover un dedo. Sin plazos, sin responsabilidades, sólo pura relajación. Es fácil pensar en lo «afortunado» que sería alguien en esta situación, pero ¿cuánto tiempo podría disfrutar realmente de este estilo de vida antes de que se volviera monótono o incluso destructivo?

El psicólogo Timothy Wilson, de la Universidad de Virginia, realizó un interesante estudio que arroja luz sobre esta idea. En su experimento, se dejó a los participantes solos en una habitación en la que sólo había una máquina que administraba descargas leves. Se les dio a elegir entre soportar la descarga o simplemente sentarse en silencio con sus pensamientos. Sorprendentemente, la mayoría de los participantes prefirieron darse descargas antes que quedarse solos en quietud. Este experimento sugiere que, incluso sin el lujo de tener obligaciones, el ser humano está programado para buscar objetivos y actividad.

Este anhelo de un propósito no es nuevo: es un eco de la historia bíblica del Jardín del Edén, un lugar donde el hombre, Adán, no necesitaba trabajar. En el Jardín, Adán podía tomar del mundo sin dar nada a cambio. Tenía todo a su disposición sin necesidad de invertir o contribuir al mundo que le rodeaba. Pero, como vemos en la narración del Génesis, esta falta de trabajo y compromiso provocó problemas. Adán no supo apreciar el mundo en el que se encontraba ni los dones que se le habían concedido. En última instancia, culpó a Dios de sus circunstancias, en lugar de reconocer la importancia de conectar con el mundo y construirlo. Como resultado, Adán fue enviado fuera del Jardín para trabajar la tierra, enseñándole una lección clave sobre la necesidad del trabajo y la productividad.

Esta idea se profundiza en la Biblia, sobre todo en las leyes dadas a los israelitas. En el Levítico, Dios establece directrices específicas para ayudar a los pobres, pero, curiosamente, estas leyes no tratan de repartir caridad. Las leyes de Leket, Shejicha y Peah estipulan que los terratenientes deben dejar porciones de sus cosechas -como el grano que cae de la hoz, las gavillas olvidadas y las esquinas de sus campos- para que los pobres puedan ir a recogerlas. Sin embargo, no se trata de limosnas. Los pobres deben recoger activamente los productos por sí mismos. El mensaje aquí es claro: para apreciar el mundo de Dios y el trabajo que hay en él, hay que participar y actuar.

Este principio se extiende más allá de las antiguas leyes agrarias. Todos conocemos historias de individuos nacidos en la riqueza que, sin tener que trabajar por sus posesiones, se convierten en personas con derecho y malcriadas. La Biblia enseña sistemáticamente que hemos sido creados para comprometernos con el mundo que nos rodea y contribuir a él. De hecho, los rabinos nos dicen que una persona preferiría recibir una décima parte de sus propios productos antes que diez veces esa cantidad a través de la caridad. Éste es el valor del trabajo: fomenta un aprecio más profundo por los frutos del trabajo y nos recuerda nuestro papel de cocreadores con Dios.

El Jardín del Edén es una poderosa metáfora de cómo una vida sin trabajo conduce a una falta de aprecio por el mundo y el Creador. Dios creó el mundo no sólo para disfrutarlo, sino para cultivarlo. Cuando Adán no trabajó ni asumió responsabilidades, perdió la oportunidad de relacionarse realmente con el mundo y aprender el valor de la creación. Es una lección que se extiende a lo largo de la historia: el trabajo es esencial para nuestra comprensión del mundo y, a través de nuestro trabajo, conectamos con lo divino.

En conclusión, el punto de vista bíblico no apoya una vida de vivir de limosnas. Por el contrario, aboga por la asociación con Dios mediante el trabajo productivo. La prosperidad y las bendiciones no proceden de la ociosidad, sino de nuestra participación activa en el mundo que Dios nos ha dado para cuidar y cultivar. Ya sea en el Jardín del Edén o en nuestras vidas modernas, la llamada a trabajar y comprometerse con el mundo es fundamental para comprender su valor y cumplir nuestro propósito divino.

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