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¿Qué le faltaba a Adán en el Jardín?

La lección bíblica de "Basta"

En 1970, Paul Orfalea fundó Kinko’s, que pasó de ser una sola tienda a convertirse en un negocio multimillonario y llegó a ser conocido como uno de los mejores lugares para trabajar, según Forbes. Cuando le preguntaron por sus objetivos, Orfalea respondió: «Algún día quiero tener un apartamento en la luna con una enorme cúpula de cristal en el techo, e invitar a amigos a cenar, mirar al globo terráqueo y decir: ‘¿Ves ese planeta? También forma parte de mi cartera'».

La ambición de Orfalea es un testimonio del afán de éxito que comparten muchas personas. Pero, ¿cuándo sabemos que hemos alcanzado realmente el éxito? ¿Es cuando hemos cumplido todos nuestros deseos? ¿Cuando nuestras cuentas bancarias rebosan? ¿O es algo más profundo?

La historia de Adán en el Jardín del Edén ofrece una poderosa perspectiva sobre esta cuestión. Dios creó el paraíso perfecto para Adán, proporcionándole todo lo que pudiera desear o necesitar. Tenía comida abundante, cobijo y una compañera en Eva. Sin embargo, a pesar de tenerlo todo en el mundo, había una cosa que Adán no podía tener: el fruto del árbol del conocimiento. Esta única restricción -la única cosa que se le dijo que no tomara- se convirtió en lo que más le atraía.

Esta historia pone de relieve una lección crucial en la vida: tiene que haber un punto en el que digamos: «Basta». En algún momento, debemos reconocer que tenemos suficiente: nuestras necesidades están cubiertas y nuestros deseos saciados. En un mundo en el que el consumismo a menudo nos empuja a querer siempre más, la historia de Adán nos enseña el peligro de no sentirnos nunca satisfechos con lo que tenemos.

Este concepto se repite en la Biblia en la historia de Jacob y Esav. Cuando se encuentran tras años de separación, Jacob le dice a Esav: «Yo lo tengo todo». Esav, sin embargo, responde: «Yo tengo la mayoría». La respuesta de Esav refleja la mentalidad de no tener nunca lo suficiente: anhelar siempre más, perseguir constantemente la riqueza y las posesiones. Jacob, en cambio, comprende el valor de la satisfacción. Ha llegado a un punto en el que sus deseos están satisfechos, y puede decir: «Tengo bastante».

La Biblia también refuerza esta idea en las enseñanzas de los rabinos: «¿Quién es rico? El que tiene lo suficiente». La verdadera riqueza no se mide por cuánto poseemos, sino por nuestra capacidad de apreciar lo que tenemos y reconocerlo como una bendición. Con demasiada frecuencia, nos consume el deseo de tener más, pensando que la riqueza o las posesiones adicionales nos traerán la felicidad. Pero, como enseña la Biblia, debe haber un momento en que nos detengamos y digamos: «Esto es suficiente».

Sin embargo, la Biblia también anima a acumular riqueza, pero con una distinción crítica: siempre debe utilizarse para hacer del mundo un lugar mejor, no como un fin en sí mismo. Los antepasados de la Biblia -Abraham, Isaac y Jacob- eran todos hombres ricos, pero su riqueza no era sólo para beneficio personal. La utilizaban para atraer a la gente, para difundir la bondad y para servir a un propósito mayor. Comprendieron que la riqueza debía ser una herramienta para crear un impacto positivo, no una búsqueda interminable por sí misma.

A Adán, en el Jardín del Edén, le faltaba la noción de «suficiente». A pesar de tener todo lo que necesitaba, la única fruta que no podía tener se convirtió en el objeto de su deseo. Su incapacidad para apreciar la abundancia que le rodeaba le condujo a la caída. La lección es clara: la verdadera plenitud no proviene de acumular más, sino de reconocer y apreciar lo que ya tenemos.

En una sociedad impulsada por el materialismo y la búsqueda incesante de más, la lección bíblica de «basta» es más pertinente que nunca. Nos llama a detenernos, reflexionar y reconocer que la satisfacción no consiste en tenerlo todo, sino en apreciar lo que tenemos. Aprendiendo el valor de lo suficiente, podemos encontrar la verdadera paz y prosperidad.

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